Un buen amigo matemático solía ironizar sobre las reacciones de muchas personas cuando se publican las estadísticas: «Eso que dicen es mentira, que me pregunten a mí o a mi vecino, que de eso sabemos mucho». Después de un verano interminable, llevamos un invierno bastante frío. Solo la ausencia de agua evita que nos olvidemos del cambio climático. Aun así, siempre hay quien «graciosamente» no puede evitar comentarios sarcásticos acerca del calentamiento global . Por eso mismo, escojo hoy hablar de algunas consecuencias de las graves alteraciones en el clima. Porque el extremo frío y el extremo calor, y muchos otros fenómenos atmosféricos, forman parte de un mismo problema.
Y he escogido el título que he escogido porque no estamos hablando, ni siquiera, de los Derechos Humanos de la llamada Tercera generación. No voy a defender el derecho a un medio ambiente sano, a la justicia climática: lo haré otro día. Hablamos de personas expulsadas de sus hogares como consecuencia de la extrema sequía, en unos casos, y de la subida del nivel del mar, en otros. Cada vez más se está hablando de Refugiadas y Refugiados climáticos. Lo hizo Sami Naïr en el Foro de Andalucía Solidaria, hace unos meses. Con ejemplos contundentes de desiertos que avanzan en África.
Y, en el otro extremo, tierras inundadas y pueblos que desaparecen. Según un estudio de la Universidad de Cornell, la subida del nivel del mar podría dejar 2.000 millones de refugiados climáticos. El aumento de la frecuencia e intensidad de fenómenos meteorológicos extremos (como huracanes, inundaciones, sequías…) provocará, también, más desplazamientos Y ya que el Día 8 de marzo está cercano, no olvidemos la perspectiva de género. «Las mujeres se ven más afectadas por el cambio climático, porque tienen una dependencia financiera menor y están mucho más sujetas a los resultados agrícolas», explicó la periodista Fiona Harvey, de The Guardian, en una conferencia sobre Justicia Climática en el Parlamento Europeo. Otra periodista, Sara Cantos, en un artículo de este verano, nos hablaba de cómo Hodo Hassan Osman y sus vecinas lo perdieron todo a causa de la sequía, que ya se anota tres temporadas en Somalilandia. Tras perder su ganado, con 32 años y ocho hijos, salió en busca de la lluvia. Hoy, después de tres años y otro hijo, subsiste junto a otras 920 familias de pastores sin reses, en el campamento de desplazados de Digaale. Al igual que el dinero viaja libremente por el mundo, lo hacen los gases de efecto invernadero. No se les piden visados. Personas, pueblos, cuya huella ecológica es mínima, sufren las consecuencias de nuestra forma de vida. Nuestro consumo obliga, al otro lado del mundo, a desplazamientos forzosos.
¿Seguiremos hablando de emigrantes económicos?
¿Quién se aprovecha de quién?
Febrero 2018