No, siento desengañaros: Donatella Versace no abre tienda en Córdoba ni viene de visita por los patios. Tampoco me he convertido en cronista de sociedad ni os voy a hablar de la película que harán sobre su vida.
Hablo de otra Donatella.
«Donatella Rovera, la mujer que tuitea desde zonas en conflicto», escribió Víctor Molina Valladares en el blog Derechos Humanos en el mundo.
Donatella Rovera habla inglés, árabe, francés, español, hebreo e italiano. Coincido con ella lavándonos los dientes en el baño en medio de una reunión amplia de Amnistía España. Comenta, como quien habla de cualquier cosa, que no le gusta investigar en comunidades en las que no domina la lengua: la presencia de un traductor crea distancia.
Porque Donatella es investigadora de Amnistía internacional y, hace un rato, nos ha contado cómo tiene que recoger testimonios, y pruebas, de armas vendidas por países europeos, en este caso, en aldeas perdidas de Yemen, para demostrar la complicidad con los bombardeos de Arabia Saudí. Y vemos su foto, junto a casas bombardeadas, hablando con un habitante de una aldea de Yemen. Y nos cuenta que no hay refugiados de Yemen, son muy pobres, tendrían que recorrer muchos kilómetros para alcanzar una frontera no conflictiva, no tienen para gasolina. Y, ahora, este verano, desde hace unos días, hay un brote de cólera.
Y ¿quién es Ascensión?
Ascensión Mendieta. Una mujer que viajó a Argentina con 88 años para declarar ante la jueza María Servini de Cubría. Que lo único que dice, cuando se confirma que el cuerpo que han encontrado es el de su padre, es que tiene muchas ganas e ilusión, que quiere dar un entierro digno a su padre. Y su imagen, con una flor en la mano, detrás del ataúd con los restos de su padre, es una imagen de una persona serena, en paz.
Y ¿qué es lo que yo veo de común entre estas dos mujeres?: serenidad, persistencia, falta de rencor, dignidad, voluntad para defender lo que consideran justo. Sin miedo, sin odio.
«No tengo enemigos, no conozco el odio», dijo Liu Xiaobo ante el tribunal que lo condenó en 2009. Liu Xiaobo, premio Nobel de la Paz, que no pudo recoger, murió en el mes de julio. No conocía el odio, tampoco el miedo.